Alejandro Civilotti nació en La Plata en 1959, ha desarrollado prácticamente toda su vida profesional en España y actualmente reside en Barcelona. Hijo del cantor de tango Hector Omar, su trayectoria nació en el mundo de la música popular y el tango, como guitarrista: un origen que tendrá influencia en su sensibilidad estética y su trayectoria creativa. Sus primeros pasos fueron desempeñándose como guitarrista de música popular realizando grabaciones, recitales y giras por varios países de Latinoamérica.
A partir de 1977 y durante cinco años realizó estudios de armonía, contrapunto y composición en su ciudad natal con Enrique Gerardi, discípulo de Alberto Ginastera y de Nadia Boulanger y uno de los pioneros de la vanguardia musical argentina. Durante los cinco años con Gerardi, Civilotti adquirió unos cimientos técnicos y entró en contacto con las principales corrientes de vanguardia, que irradiaban desde Europa desde hacía algunas décadas y que Gerardi había conocido de primera mano, mientras estudiaba clarinete y viola en el Conservatorio Provincial de La Plata, fundado en 1949 por Alberto Ginastera. De aquellos años son sus primeras obras de juventud, como las Tres piezas para clarinete y piano (1980), Canto, lamento y danza (1982) o su anterior Improvisando en las sombras (1979) para guitarra, fruto de sus inicios como intérprete. Su primera etapa de formación pasa pues, por un proceso que se desarrolla desde una relación intuitiva y espontánea con la música popular hasta la adquisición de las herramientas técnicas como compositor, recibiendo amplias influencias de la tradición musical occidental, desde el Renacimiento hasta las últimas vanguardias.
Al finalizar esa formación a finales de 1984, Civilotti viajó a Barcelona, donde comenzó a estudiar composición e instrumentación con Josep Soler, discípulo de René Leibowitz en París y de Cristòfor Taltabull en la capital catalana y uno de los compositores más relevantes de su generación en España. De la mano de Soler, Civilotti amplió su formación y entró en contacto con la vida musical española. El impacto de la estética expresionista, de la cual Soler es uno de los principales representantes en España, o el estreno de la ópera Edipo y Yocasta (1986) ejercerá un influjo decisivo en Civilotti, que también recibirá influencia en materia estética y musicológica del autor catalán. En esos primeros años también se formará con compositores destacados en el panorama nacional como Gabriel Brncic y Joan Guinjoan.
Es en esos años cuando la producción de Civilotti adquiere la profundidad temática y los rasgos característicos de su música. De esta etapa son obras para orquesta como su Primera Sinfonía (1985) o Momentos del poeta (1987) para tenor y orquesta, sobre poemas de Vladimir Maiakovski. También en el apartado de cámara aparecen las primeras obras de envergadura: la Sonata para Violoncello y piano (1989), su Cuarteto de cuerdas núm. 1 (1988) o In memoriam (1988) dedicada a los desaparecidos durante la última dictadura militar argentina (1976-1983).
Es a partir de entonces, –época que coincide con su incorporación al Conservatorio de Badalona donde desde 1988 ocupará la cátedra de armonía, contrapunto y composición– cuando la obra de Civilotti recibe un mayor reconocimiento en forma de estrenos y premios: un período que llevó a Enrique Franco a definirlo como uno de los compositores más importantes de su generación. En 1988 gana el 1er Premio de Juventudes Musicales por su Fantasía para quinteto de viento, recibe el Premio Ciutat de Barcelona con Momentos del poeta, el mismo año en que se otorga el Premio Nacional del Disco al segundo volumen del disco editado por la Associació Catalana de Compositors en el que se incluye su obra In memoriam.
Dos años más tarde, su Cuarteto de cuerdas núm. 1 le sirve para ganar el 1er Premio Luis de Narváez de la Ciudad de Granada. Un año más tarde, en 1991, gana el Premio Internacional Francesc Civil de la Ciutat de Girona con el Concierto para piano solo (1986) y al año siguiente recibe el 1er Premio Internacional Concierto para la Ciudad de Cáceres por Variantes concertantes para piano y orquesta (1989). Otra de sus partituras para piano, las desgarradoras Músicas nocturnas para piano solo (1992), recibe en 1993 el 1er Premio del V Concurso Nacional de Composición Manual Valcárcel, el mismo año que se le otorga el Premio Internacional Ciutat de Tarragona por la Rapsodia para percusión y orquesta (1992). Este período regado de reconocimientos culminará con el XIII Premio Reina Sofía de Composición por Cinco grabados para orquesta (1991) sobre grabados de Guillermo Cendagorta inspirados en Doktor Faustus de Thomas Mann.
Una etapa en la que también se suceden algunos encargos del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea (CDMC) para el Festival Internacional de Alicante, y un encargo del Ministerio de Cultura de Francia. Este último se materializará en Les quatre estacions (1993) para coro infantil y conjunto instrumental, destinado a la “Association Mômeludies” de la Universidad de Lyon.
Los primeros años del cambio de milenio significaron la eclosión de su período de madurez como compositor en un momento muy prolífico. Es también una etapa en la que Civilotti comenzó a cultivar con intensidad el diálogo con las artes plásticas. Fruto de ello es la suite para clarinete y orquesta de cuerdas Ocultas geometrías (1999), en colaboración creativa con las esculturas de Enrique Arau (1950-2010) o del movimiento sinfónico de profunda filiación expresionista, sobre el cuadro de Edvard Munch The Scream (2001). También en este periodo encontramos obras relevantes como Arte contra Guerra (2004) para clarinete, violín y violonchelo, escrita para la exposición homónima del Colectivo Austral, compuesta por fotografías y pinturas, y concebida tras la invasión a Irak en 2003. Una tendencia que tiene continuidad hasta obras recientes como Azur (2018) para violonchelo solo sobre una escultura de Haydee Amato.
Su música cristalizará a partir de entonces en un universo muy personal de proyección plástico-sonora sin reducirse a un programa visual, instrumentación meticulosa y claridad formal, con predilección por un lenguaje atonal alimentado por la tradición y las experiencias más heterogéneas, sin adscripción estricta a ninguna corriente. Un momento de madurez no exento de búsqueda, que dará lugar a obras de gran exploración tímbrica como la fantasía para txalaparta y orquesta sinfónica Urdaibai (2009) o el Concierto para guitarra eléctrica y orquesta (2005) en el que Civilotti exprime las posibilidades acústicas del instrumento.
Determinadas obras representativas de su producción, en distintas etapas creativas, pueden servir de puerta de entrada a su creación. Un trabajo que nos remite tanto a la expresividad cromática de Béla Bartók como a la atmósfera del expresionismo vienés son las Cuatro impresiones para cuerdas (1996). En una órbita cercana podemos situar la Rapsodia para percusión y orquesta (1992), una partitura impactante por el tratamiento solista de la percusión y su diálogo con la orquesta. La riqueza de Cinco grabados para orquesta (1991) radica en su capacidad para integrar referentes muy diversos –material de raigambre posromántica, audaz expansión del espectro sonoro, diversidad de formas musicales...– en un discurso orgánico y de gran fuerza dramática. La “epopeya musical” Karaí, el héroe (2013) es su segunda incursión en la ópera tras Adagio del bosque (2007), una ópera basada en la epopeya mítica de un antihéroe, que va en busca de la Tierra sin Mal para salvar a su pueblo de la extinción. El lenguaje musical se basa en la escala pentatónica –referencia sonora a los pueblos originarios de Argentina– como material fundamental, tratado con vistas a utilizarlo en un amplio espectro acústico desde lo elemental hasta lo complejo. Quasi tango (2007) plantea, tras el legado de Piazzolla como punto de inflexión, un escalón más en la renovación del lenguaje del tango sin abandonar su esencia, a través de asimetrías y disonancias agresivas tratadas con espíritu dramático.
En los últimos años, su compromiso social se ha materializado en proyectos creativos y pedagógicos. Es el caso de la creación de una filial en España de la ONG “Música Esperanza” o su etapa de residencia en la ciudad argentina de Formosa (2013-2017) durante la cual ha creado un curso internacional de música cámara y ha fundado y dirigido un grado universitario para la formación de “músico social”, una experiencia inédita que busca poner la formación musical al servicio de la transformación social.
Su extenso catálogo, parcialmente editado por las editoriales Clivis y Piles, cuenta con obra vocal, de cámara, para piano, música para cine, obra para orquesta... y 7 sinfonías que abarcan su etapa de madurez, desde la Sinfonía n.º 1 (1985) hasta la dedicada a sus padres Sinfonía “Requiem” n.º 7 (2018). Entre sus últimos estrenos mundiales encontramos el de Auris Concertum para violonchelo y orquesta en el Teatro Colón, con Eduardo Vasallo como solista y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires bajo la dirección de Enrique Diemecke, Cinco maneras de mirar el río para orquesta, por la Orquesta Juan de Dios Filiberto y la batuta de Luis Gorelik, la Elegía por Julia Ponce, de Lavapiés para gran orquesta, realizado por la Orquesta Sinfónica Nacional de Argentina bajo la dirección de Christian Baldini, o el que ha tenido lugar en Inglaterra con Eduardo Vasallo como violoncello solista, durante la temporada de cámara de la CBSO (City of Birmingham Symphony Orchestra): Aché para actriz declamando, violonchelo solo y sexteto de percusión.
Su Fondo de manuscritos se encuentra actualmente depositado en la Biblioteca de Catalunya y es accesible desde el Catálogo Colectivo de las Universidades de Cataluña. (CCUC/CSUC).